En todo y ella hasta saciar mi sed,
de mis versos la toqué mientras dormía,
le susurré mis notas extraídas del recuerdo impuro,
con mis labios de sus labios me embriagué.
Supe entonces de sus perlas un te quiero,
escondido cuerpo de inminente sortilegio,
supe entonces que la quiero,
y vestido de pudor la desnudé.
En su tierno anochecer,
sus pálidas mejillas de profundo océano
pareciéndose a dos aves blancas del ensueño,
y en su idilio condenas a crecer.
Yo la tocaba,
con mis dientes y mis garras la tocaba,
de su cuerpo ondas de armonía colmaban mi inquietud
Jamás en su centro de olas de magia natural,
como un lucero, como un adiós,
abrió los ojos de su eterno despertar
y bebió de mis labios el eterno amor.
Radiosa en plenitud,
rocé su piel aprisa muy aprisa,
domé su cuerpo de terciopelo, de jazmín;
del horizonte llano en su ribera
y en su cuerpo mansamente me dormí.
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